¡Oh Tú, favorito del Cielo a quien los hijos de los hombres, tus iguales, han convenido en elevar al poder supremo, y han colocado por encima de ellos como su gobernante, considera los propósitos y la importancia de lo que te han confiado, más que la dignidad y altura de tu puesto! 
Estás ataviado Con la púrpura y sentado en un trono; la corona de la majestad ciñe tus sienes; el cetro del poder está en tu mano, pero tales insignias no te fueron, dadas por ti mismo, sino por el bien de tu reino. 
La gloria de un reyes el bienestar dé su pueblo; su poder y dominio descansan en el corazón de sus súbditos. 
La mente de un gran príncipe se exalta con la grandeza de su posición; resuelve él cosas elevadas y busca asunto digno de su poder. 
Convoca a los sabios de su reino, los consulta con libertad y escucha las opiniones de todos. 
El mira con discernimiento entre su pueblo, descubre las habilidades de los hombres y los emplea según sus méritos. 
Los magistrados son justos, sus ministros son sabios y el favorito de su corazón no lo engaña. 
El sonríe a las artes, y florecen; las ciencias avanzan bajo la cultura de su mano. 
Se deleita con los sabios e ingeniosos, enciende la emulación en su pecho y la gloria de su reino se acrecienta con las actividades de ellos.
Honra él con sus favores o recompensa con sus beneficios al espíritu del mercader que expande su comercio, a la habilidad del campesino que enriquece sus tierras, al talento del artista, a los progresos del sabio.
El establece nuevas colonias, construye buques fuertes, abre los ríos, crea puertos de seguridad; su pueblo abunda en riquezas y la fuerza de su reino aumenta. 
Dispone con equidad y sabiduría sus reglamentos; sus súbditos se complacen con los frutos de su propio trabajo; y su felicidad consiste en el cumplimiento de la ley. 
Sobre principios de misericordia funda él sus juicios, pero en el castigo del culpable es estricto e imparcial.
Sus oídos están abiertos a las quejas de sus súbditos; él detiene la mano de los opresores y libra a sus súbditos de la tiranía. 
Por esto, su pueblo lo mira como a un padre, con reverencia y amor; lo considera como el guardián de todo aquello de que disfruta. 
El afecto de sus súbditos engendra en el pecho de él amor por el público; el objeto de su cuidado es la seguridad y la felicidad de todos. 
No surgen en el corazón de sus súbditos, murmuraciones contra él; las maquinaciones de los enemigos no ponen en peligro el estado.
Sus súbditos son fieles y firmes en su causa; están prestos a defenderlo como un muro de bronce; el ejército de un tirano huiría ante ellos como la paja en el viento. 
La paz y la seguridad son la bendición de las moradas de sus súbditos, y la gloria y la fuerza circundan su trono para siempre.

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