Cuando consideres tus necesidades, cuando contemples tus imperfecciones, reconoce ¡oh hijo de la humanidad! la bondad de Aquél que te honró dotándote de razón, que te dio el lenguaje y que te colocó en la sociedad para recibir y otorgar ayuda recíproca y mutuas obligaciones.
Tus alimentos, tus ropas, tu comodidad de habitación, tu protección contra los daños, tu goce de las comodidades y placeres de la vida, todas estas cosas, las debes a la ayuda de los demás y no podrías gozarlas sino dentro de los lazos de la sociedad.
Es, por lo tanto, deber tuyo ser amigo de la humanidad, pues tu interés es que el hombre sea amigo tuyo.
Como la rosa exhala su aroma natural, así el corazón de un hombre benévolo produce buenas obras.
Goza él de la tranquilidad y de la comodidad en su propio pecho y se regocija; con la felicidad y prosperidad de su vecino.
No abren sus oídos a la calumnia, las faltas y flaquezas de los hombres llevan el dolor a su corazón.
Su deseo es hacer el bien, y él busca la ocasión de realizarlo, al deshacer la opresión de los demás, se liberta a sí mismo.
Con la amplitud de su mente, abarca en su sabiduría la felicidad de todos los hombres, y con la generosidad de su corazón trata de engrandecerla.
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