No te aflijas, oh hombre, con la condición de servidumbre; ella es un designio de Dios y tiene muchas ventajas; aparta ella de ti los cuidados y solicitudes de la vida.
El honor de un servidor es su fidelidad; sus más altas virtudes, la sumisión y la obediencia.
Así pues, ten paciencia a los reproches de tu dueño; y cuando él te amoneste, no contestes: el silencio de tu resignación no quedará en olvido.
Sé estudioso de los intereses de él, diligente en sus asuntos y fiel a la confianza que en ti reposa.
Tu tiempo y tu trabajo le pertenecen; no lo defraudes, porque él te paga por ellos.
Y tú, que eres dueño, sé justo con tu sirviente, sí esperas fidelidad de él, y sé razonable en tus órdenes, si esperas pronta obediencia.
El espíritu de un hombre está en él; la severidad y el rigor pueden crear temores, pero jamás engendrarán amor.
Mezcla la amabilidad con el reproche y la razón con la autoridad; así tus observaciones hallarán un lugar en su corazón, y él tendrá gozo en cumplir su deber.
Te servirá fielmente por causa de su gratitud, te obedecerá con alegría, por el principio del amor; y tú, en cambio, no dejes de otorgar a la diligencia y la fidelidad su debida recompensa.
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