Las riquezas no merecen una atención exclusiva; por lo tanto el cuidado egoísta de obtenerlas es injustificable.
El deseo de lo que el hombre llama el bien, la alegría que siente en poseerlo, están fundados solamente en una opinión. No sigas al vulgo, examina el valor de las cosas por ti mismo, y no serás codicioso. 
Un deseo inmoderado de riquezas es un veneno en la mente que contamina y destruye todo lo bueno que haya en ella, y que tan pronto como se arraiga allí, toda virtud, toda honestidad y todo afecto natural huyen. 
El codicioso vendería a sus hijos por oro; apenas muere su padre cuando él abre su cofre: ni siquiera se considera a sí mismo con respecto a todo esto. En su búsqueda de la felicidad, se hace infeliz. 
Como el hombre que vende su casa para comprar adornos con qué embellecerla, así es aquel que renuncia a la paz para buscar riquezas, con la esperanza de que será feliz gozándolas. 
Donde la codicia reina; debes saber que la mente es pobre. Aquel que no cree que las riquezas son el bien principal del hombre, no se desprenderá de todos los otros bienes para perseguirlas. 
El no cree que la pobreza es el mayor mal de su naturaleza, no comprará todos los otros males tratando de evitarla. 
¿Oh tonto, no vale más la virtud que las riquezas? ¿No es más baja la culpa que la pobreza? Todo hombre tiene en su poder lo que basta a sus necesidades; conténtate con ello y tu felicidad sonreirá de la tristeza de quien acumula más y más. 
La naturaleza ha escondido el oro bajo la tierra, como si no fuera digno de ser visto; ha colocado la plata donde puedes pisarla con tus pies. ¿No quiere la naturaleza con esto hacerte saber que el oro no es digno de tu mirada y que la plata es más baja que tú? 
La codicia entierra a millones de desgraciados; estos excavan en la tierra para sus duros amos lo que compensa el perjuicio, lo que los hace más miserables que sus propios esclavos. 
La tierra carece de cosas buenas allí donde ella almacena tesoros; donde hay oro en sus entrañas no crece hierba. 
Como el caballo no encuentra allí su pasto, ni la mula su alimento; como los campos de trigo no sonríen en las laderas de los cerros; como el olivo no ofrece allí sus frutos ni la viña sus racimos, así mismo ha existe bien alguno en el pecho de aquel cuyo corazón está absortó con sus tesoros. 
Las riquezas son los siervos del sabio; pero son los tiranos de la mente del tonto. 
El codicioso sirve a su oro; su oro no le sirve a él. 
Posee él su fortuna como el enfermo posee su fiebre; lo quema y lo atormenta y no lo abandona hasta la muerte. ¿No ha destruido el oro la virtud de millones? ¿Acrecentó alguna vez la bondad de alguien? 
¿No abunda más entre los hombres peores? ¿Por qué entonces quieres distinguirte por poseerlo? 
¿No han sido más sabios los que han tenido menos, Oro? ¿No es la sabiduría felicidad? 
¿No san los peores de tu especie los que han poseído mayores porciones? ¿No ha sido su fin un fin más miserable? 
La pobreza carece de muchas cosas, pero la codicia las niega a todas.
El codicioso no sirve de nada bueno a nadie; pero con nadie es más cruel que consigo mismo. 
Si eres industrioso para obtener el oro, sé generoso para disponer de él. Nunca es más feliz el hombre que cuando da la felicidad a otro.
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