Así como el torbellino es su furia arranca los arboles y deforma la faz de la naturaleza, o como un terremoto en sus convulsiones vuelca ciudades enteras, así la furia del hombre colérico esparce la maldad en torno suyo. El peligro y la destrucción están en su mano. Pero piensa y no olvides tus propias debilidades; así perdonaras las faltas de los otros. No te entregues a la pasión de la Cólera; es como aguzar una espada para herir tú propio pecho o dar la muerte a tu amigo. Si soportas con paciencia ligeras provocaciones, se te contara como sabiduría; y si las borras de tu recuerdo, tu corazón no te lo reprochara. ¿No ves que el hombre colérico no pierde si comprensión? Mientras estés todavía en tu juicio, procura que la rabia de otro sea una lección para ti. No hagas nada con pasión. ¿Por qué te has de lanzar al mar durante la violencia de una tempestad? Si es difícil manejar tu cólera, es prudente evitarla; esquiva por lo tanto, toda ocasión de montar en cólera, o guárdate contra esa ocasión, si llega a ocurrir. Las palabras insolentes provocan al necio, pero el sabio se ríe de ellas. No abrigues venganzas en tu pecho; eso atormentara tu corazón y marchitara tus mejores inclinaciones. Debes siempre estar más pronto a perdonar que a devolver un mal; el que asecha la oportunidad de vengarse, se está acechando a sí mismo, y trae la maldad sobre su propia cabeza. Una contestación suave para un hombre colérico, como el agua sobre el fuego, abate su ardor, y de enemigo puede trocarse en amigo tuyo. Piensa en cuan pocas son las cosas que merecen cólera, y te asombraras de que sean coléricos los que no son necios. La cólera comienza siempre en una locura o en una debilidad; pero recuerda y ten la seguridad de que muy rara vez concluye sin arrepentimiento. Tras los pasos de la locura marcha la vergüenza; detrás de la cólera marcha el arrepentimiento.
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