Que aprenda el hombre la sabiduría con las criaturas de Dios, y que aplique a sí mismo la instrucción que ellas le dan.
Ve al desierto: hijo mío; observa al hijo de la cigüeña y deja que hable a tu corazón; él lleva en sus alas a su anciano señor, lo coloca en sitio seguro y le lleva alimentos.
La piedad de un hijo es más suave que el incienso de Persia que se ofrece al sol; más delicioso en verdad que los aromas de las plantaciones de especias árabes arrastrados por los vientos del Oeste.
Se agradecido con tu padre, porque él te dio la vida; y también con tu madre porque ella te crió. 
Escucha las palabras que él te dice, pues son para tu bien; escucha sus consejos, pues provienen del amor.
El ha velado por tu bienestar, ha trabajado por tu satisfacción; por lo tanto, honra sus años y no permitas que sus canas sean tratadas con irreverencia.
No olvides la  invalidez de tu infancia, ni la petulancia de tu j juventud, y ten indulgencia, con la debilidad de tus padres ancianos, ayúdalos y sopórtalos en el declinar de la vida.
Así marcharán sus cabezas encanecidas en paz hacia el sepulcro; y tus propios hijos, respetando tu ejemplo, recompensaran tu piedad con amor filial.

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