Cuídate ¡oh, joven! Cuídate de los halagos de la lascivia, y no permitas que la meretriz te induzca a excesos en sus placeres.
La infamia del deseo hará fracasar sus designios; con la ceguera de su ímpetu te abalanzara a la destrucción.
Por lo tanto, no  entregues tu corazón a sus amables halagos, ni dejes que tu corazón sea esclavo de aquellos encantadores engaños.
La fuente de la salud, que es de donde debe proceder la corriente del placer, se secara rápidamente y toda fuente de alegría quedara exhausta.
Al comienzo de la vida, la vejez te alcanzara, tu sol se pondrá en la mañana de tus días.
Pero cuando la virtud y la modestia realzan sus encantos, la belleza de una mujer brilla más que las estrellas del cielo y es inútil resistir la influencia de su poder.
La blancura de su pecho es mayor que la del lirio; su sonrisa es más deliciosa que un jardín de rosas. 
 La inocencia de sus ojos es como la de la tórtola, la sencillez y la verdad viven en su corazón.
Los besos de su boca son más dulces que la miel; los perfumes de arabia retozan en sus labios.
No cierres tu pecho a la ternura del amor; la pureza de su llama ennoblecerá tu corazón y lo suavizara para recibir las más bellas impresiones.  

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