Las alegrías de la comprensión son los tesoros de Dios; El señala a cada uno su parte en la medida que a Él le parece bien. 
¿Te ha dotado El con sabiduría? ¿Te ha iluminado la mente con el conocimiento de la verdad? Comunícala a los ignorantes para que los instruyas; comunícalo a los sabios, para tu propia mejora. 
La verdadera sabiduría presume menos que la locura. 
El sabio duda muchas veces y cambia sus ideas; el tonto es obstinado y no duda; él conoce todas las cosas menos su propia ignorancia. 
La vanidad de la mente vacía es una abominación; y la mucha conversación es la tontería de la locura; sin embargo, una parte de la sabiduría es soportar con paciencia esas impertinencias y tener piedad de esos absurdos.
Sin embargo, no te hinches con tu propia vanidad, ni alardees de tener una comprensión superior; el conocimiento humano más límpido no pasa de ser ceguera y locura. 
El sabio conoce sus imperfecciones y es humilde; él trabaja en vano por obtener su propia calificación; pero el necio mira en la corriente llana de su propia mente; y se complace con las piedrecillas que mira en el fondo; las recoge y las muestra como si fueran perlas, y con el aplauso de sus semejantes goza y se deleita. 
Se vanagloria de haber alcanzado cosas que no tienen valor alguno; pero cuando es una vergüenza ser ignoran te, entonces nada comprende. 
Aún dentro de los senderos de la sabiduría, él sólo persigue una locura; y la vergüenza y el desengaño son la recompensa de su trabajo. 
Pero el sabio cultiva su mente con conocimientos; su delicia está en el progreso de las artes, y la utilidad de sus labores para con el público, lo corona con honores. 
Sin embargo, él tiene como la más alta sabiduría el alcanzar la virtud, y la ciencia de la felicidad es el estudio de su propia vida.

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