Si tu corazón esta sediento de honores, si tu oído se regocija con la voz de la alabanza, eleva tu ser mortal desde el polvo de donde fuiste hecho, y exalta su aspiración hacia algo digno de alabanza.
La encina que ahora abre y extiende sus ramas  hacia el cielo fue en un tiempo apenas una bellota en el seno de la tierra. Trata de ser el primero en tu vocación, sea la que fuere; no dejes que nadie te he gane en hacer el bien; sin embargo, no envidies los meritos de otro, si no mejora tus propios talentos.
Desdeña también el deprimir a tu competidor por cualquier medio deshonesto o indigno; trata de elevarte sobre el solo excediéndolo, así tu lucha por la superioridad quedara coronada por el honor, si no por el triunfo.
Por la emulación virtuosa, el espíritu del hombre se exalta dentro de él, anhela la fama y se regocija como el corcel que va a emprender su carrera.
Se eleva como la palmera, a pesar de la opresión; y, como un águila en el alto firmamento, se eleva y fija su ojo en la gloria del sol.
Por la noche, están ante su visión los ejemplos de los hombres eminentes; su delicia es seguirlos durante todo el día. Él forma grandes proyectos se regocija en llevarlos a cabo y su nombre vuela hasta el confín del mundo.
Pero el corazón del envidioso es hiel y amargura; su lengua escupe veneno; el triunfo de su vecino le quebranta el descanso.
Se siente afligido en su cuarto, y el bien que acontece a otro es un mal para él. 
El odio y la malicia anidan en su corazón y para el no hay descanso.
En su propio pecho no siente amor por el bien, y por lo tanto considera a su vecino semejante a él mismo.
Trata el de rebajar a quienes lo exceden y achaca una mala interpretación a todo lo que hacen.
Es esta vigilante y medita maldades, pero los hombres lo detestan y el queda aplastado como una araña en su propia tela.

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