Débil e insuficiente, ¡oh hombre! como eres en el bien; frágil y contradictorio como eres en los placeres; hay sin embargo una cosa en la que eres fuerte y firme. Su nombre es Infortunio. 
Es él el carácter de tu cuerpo, la prerrogativa de tu carne: sólo en tus pensamientos reside; sin estos no existiría. ¿Y cuál es su fuente, sino tus propias pasiones físicas? 
Quien te las dio, también te dio el Alma para que las dominaras; ejerce este poder y las aplastarás con tus pies. 
¿No es dolorosa tu entrada en el mundo? ¿Tu destrucción, no es gloriosa? Mira, los hombres adorna a los instrumentos de muerte con oro y piedras preciosas y los usan por encima de sus atavíos. 
La mujer que da nacimiento a un hombre esconde su cara, pero la que mata a mil es honrada. 
Debes saber, no obstante, que hay  error en esto: la costumbre no puede alterar la naturaleza de la verdad; ni puede la opinión de muchos destruir la justicia; la gloria y la vergüenza están mal colocadas. 
No hay más que una sola manera de crear al hombre; hay mil para destruirlo.
No recibe alabanzas ni honores aquel que da el ser él otro; pero los triunfos y los imperios son la recompensa del asesinato. 
Aquél que tiene muchos hijos tiene otras tantas bendiciones; y el que toma la vida de otro no gozará de la suya propia. 
¿El salvaje que maldice el nacimiento de su hijo y bendice la muerte de su padre no se llama así mismo un monstruo? 
Bastantes males tiene el hombre; pero él los aumenta al lamentarse. 
El mayor de todos los males humanos es la tristeza; tú naces para muchas de ellas; no las aumentes con tu propia, perversidad. 
El dolor es natural en el mundo mortal y siempre está en torno tuyo; el placer es un huésped y sólo te visita cuando lo invitas; emplea bien tu mente y el dolor pasará detrás de ti, sé prudente y las visitas de la alegría serán duraderas contigo. 
Cada parte de tu cuerpo es capaz de dolor; pero pocos y angostos son los senderos que llevan a las delicias que son semejantes a la alegría del Alma. 
Sólo podemos admitir los placeres uno por uno; pero los dolores se avecinan por millares al mismo tiempo. 
Así como la llama de la paja desaparece tan pronto como se enciende; así pasa el brillo de la alegría, y no sabes a dónde va. 
Con frecuencia se invita a la tristeza, rara vez al placer; el dolor viene por sí mismo, el deleite lo compramos; el dolor no está mezclado, pero la alegría no deja de tener su mezcla de amargura.
Como la salud más completa se percibe menos que la menor de las enfermedades así la más alta alegría nos conmueve menos profundamente que el más pequeño de los dolores. 
Estamos esclavizados por la angustia, muchas veces huimos del placer; ¿cuándo lo compramos, no cuesta  más de lo que vale? 
La reflexión es la tarea del hombre; el sentido de su condición es su primer deber; ¿pero quién se recuerda a sí mismo en medio de la alegría? ¿No es pues un acto de misericordia el que se nos haya dado la tristeza? El hombre prevé el mal que va a venir; lo recuerda cuando ha pasado; no considera que el pensamiento de la aflicción hiere más profundamente que la aflicción misma. No pienses en tu dolor, excepto cuando lo tengas encima, y así evitaras que te lastime.
El que llora antes de que sea necesario, llora más de lo que necesita; ¿y por qué? porque le gusta llorar. 
El ciervo no llora sino cuando la lanza se levanta contra él; ni las lágrimas del castor corren sino cuando los sabuesos están listos para atraparlo; el hombre se anticipa a la muerte por la aprensión que de ella tiene; y el temor es un infortunio mayor que el mismo suceso.

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