¿Quién eres tú, oh hombre que presumes de tu propia sabiduría? ¿Por qué te jactas de lo que has adquirido?
El primer paso que conduce hacia la sabiduría consiste en conocer que has nacido mortalmente ignorante y si no quieres ser tenido por necio según el juicio de los demás, desecha la insensatez de ser sabio en tu propia mortalidad.
Así como un sencillo atavió adorna mejor a una mujer hermosa, así una conducta decente es el mayor adorno de la sabiduría interna.
El habla del hombre modesto da lustre a la verdad, y la mansedumbre de sus palabras dispensa su error.
No confía él en su sabiduría mortal; pesa bien el consejo de un amigo y recibe de él su beneficio.
Aparta sus oídos de la propia alabanza y no cree en ella; es el ultimo en descubrir sus propias perfecciones.
Sin embargo, así como un velo realza la hermosura, así sucede con sus virtudes a la sombra con que su modestia la cubre.
Pero contempla al vanidoso y observa al arrogante, este s atavía con ricos trajes, desfila por las calles públicas, mira a su alrededor y atrae la observación de los demás.
Yergue la cabeza y menosprecia al pobre; trata con insolencia a sus inferiores, mientras sus superiores, en cambio, sonríen a la vanidad y locura.
Desprecia él el juicio de los demás; confía en su propia opinión y se confunde.
Esta relleno con la vanidad de su imaginación; se deleita en hablar y oír hablar de sí mismo todo el día.
Engulle con avidez su propia alabanza, y el adulador, en cambio, se lo come a él.
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