La raíz de la venganza está en la debilidad del Alma; los más abyectos y timoratos son sus mejores adictos.
¿Quién tortura a quienes odia, sino el cobarde?
¿Quiénes asesinan a aquellos, a quienes roban sino las criaturas más viles?
Es necesario estar resentido y lastimado antes de vengarse, pero la mente noble no dice: "¡Eso me lástima!"
Si el daño no te pasa inadvertido, quien te lo hace se daña: ¿Quieres entonces entrar en la misma lista en que está tu inferior?
Desdeña al hombre que trata de dañarte; condena a quien quiera inquietarte.
Con esto no sólo preservas tu propia paz, sino que impones todo el castigo de la venganza sin emplearla contra él.
Como la tempestad y el trueno no afectan al sol ni a las estrellas, sino que descargan su furia sobre las piedras y los árboles que están más abajo, así los daños no ascienden hasta el Alma de los grandes, sino que se disipan sobre quienes son iguales a los que ofenden.
La pobreza de espíritu estimula la venganza; la grandeza de Alma desdeña la ofensa, y más aún: hace bien a quien trataba de molestarla.
¿Por qué, oh hombre, buscas la venganza; con qué objeto la persigues? ¿Piensas herir con ella a tu adversario? Debes saber que con esto sentirás tú mismo los mayores tormentos.
La venganza roe el corazón de quien está infectado con ella, mientras que aquel contra quien va dirigida permanece tranquilo.
La venganza es injusta en la angustia que produce; por lo tanto la naturaleza no la hizo para ti. ¿Aquel que ha sido dañado necesita más dolor? ¿O debe dar mayor fuerza a la aflicción que otro le ha producido?
El hombre que medita la venganza no está contento con el mal que ha recibido y agrega a su propia angustia el castigo destinado a otro; mientras que aquel a quien trata de herir prosigue sonreído su caminó y se contenta con este aumento de su infortunio.
La venganza es dolorosa en su intención y peligrosa en su ejecución; rara vez cae el hacha donde lo quería aquel que la levantó, y además, no recordaba él que contra él rebotaría.
Aunque el vengativo busca el daño de su enemigo, muchas veces lo que obtiene es su propia destrucción; mientras apunta a uno de los ojos de su adversario, pierde él los dos suyos.
Si no alcanza su fin, se lamenta; si lo logra, se arrepiente; el temor de la justicia le roba la paz de su propia mente; el cuidado de ocultarlo a la justicia, destruye la paz de su amigo.
¿La muerte de tu adversario podrá saciar tu odio? ¿Procurar el descanso de él te dará de nuevo la paz?
Si quieres apenarlo por su ofensa, conquístalo y perdónalo; en la muerte no reconoce él tu superioridad, ni siente más el poder de tu cólera.
En la venganza debería haber el triunfo del vengador; y quien lo había dañado debería sentir su descontento, debería sufrir dolor por ello y arrepentirse de lo que hizo.
Esta es la venganza inspirada por la cólera; pero lo que te hace más grande es el desprecio.
El asesinato a causa de un daño, procede de la cobardía; quien lo lleva a cabo teme que el enemigo pueda vivir y vengarse.
La muerte termina con el pleito, pero no restablece la buena reputación; matar es un acto de precaución, no de valentía; es una medida de seguridad, pero no es honorable.
Nada es más, fácil que vengar una ofensa, pero nada es tan honorable como perdonarla.
La mayor victoria que puede obtener el hombre es la victoria sobre sí mismo; quien se niega a sentirse las timado, devuelve el daño a quien lo intentó.
Cuando meditas en la venganza, confiesas que te has sentido dañado; cuando te quejas confiesas que estás herido. ¿Quieres agregar este triunfo al orgullo de tu enemigo?
El daño no existe si no se siente. ¿Cómo podrá entonces vengarse quien lo desdeña? Si crees que es deshonorable soportar una ofensa, tienes en tu poder algo más todavía: puedes conquistarla.
Los buenos actos pueden hacer que un hombre se avergüence de ser tu enemigo; la grandeza de mente lo aterrará con la idea de lastimarte.
Mientras mayor el daño, mayor la gloria de perdonarlo; y cuanto más justificable fuera la venganza, tanto más honor habrá en la clemencia.
¿Tienes derecho a ser juez en tu propia causa, a ser parte en el juicio y sin embargo a pronunciar también la sentencia? Antes de que condenes, deja que otro diga si es justo.
Al vengativo se le teme, y por lo tanto se le odia; pero al que tiene clemencia se le adora; la alabanza de sus acciones permanece para siempre y lo aguarda el amor del mundo.
¿Quién tortura a quienes odia, sino el cobarde?
¿Quiénes asesinan a aquellos, a quienes roban sino las criaturas más viles?
Es necesario estar resentido y lastimado antes de vengarse, pero la mente noble no dice: "¡Eso me lástima!"
Si el daño no te pasa inadvertido, quien te lo hace se daña: ¿Quieres entonces entrar en la misma lista en que está tu inferior?
Desdeña al hombre que trata de dañarte; condena a quien quiera inquietarte.
Con esto no sólo preservas tu propia paz, sino que impones todo el castigo de la venganza sin emplearla contra él.
Como la tempestad y el trueno no afectan al sol ni a las estrellas, sino que descargan su furia sobre las piedras y los árboles que están más abajo, así los daños no ascienden hasta el Alma de los grandes, sino que se disipan sobre quienes son iguales a los que ofenden.
La pobreza de espíritu estimula la venganza; la grandeza de Alma desdeña la ofensa, y más aún: hace bien a quien trataba de molestarla.
¿Por qué, oh hombre, buscas la venganza; con qué objeto la persigues? ¿Piensas herir con ella a tu adversario? Debes saber que con esto sentirás tú mismo los mayores tormentos.
La venganza roe el corazón de quien está infectado con ella, mientras que aquel contra quien va dirigida permanece tranquilo.
La venganza es injusta en la angustia que produce; por lo tanto la naturaleza no la hizo para ti. ¿Aquel que ha sido dañado necesita más dolor? ¿O debe dar mayor fuerza a la aflicción que otro le ha producido?
El hombre que medita la venganza no está contento con el mal que ha recibido y agrega a su propia angustia el castigo destinado a otro; mientras que aquel a quien trata de herir prosigue sonreído su caminó y se contenta con este aumento de su infortunio.
La venganza es dolorosa en su intención y peligrosa en su ejecución; rara vez cae el hacha donde lo quería aquel que la levantó, y además, no recordaba él que contra él rebotaría.
Aunque el vengativo busca el daño de su enemigo, muchas veces lo que obtiene es su propia destrucción; mientras apunta a uno de los ojos de su adversario, pierde él los dos suyos.
Si no alcanza su fin, se lamenta; si lo logra, se arrepiente; el temor de la justicia le roba la paz de su propia mente; el cuidado de ocultarlo a la justicia, destruye la paz de su amigo.
¿La muerte de tu adversario podrá saciar tu odio? ¿Procurar el descanso de él te dará de nuevo la paz?
Si quieres apenarlo por su ofensa, conquístalo y perdónalo; en la muerte no reconoce él tu superioridad, ni siente más el poder de tu cólera.
En la venganza debería haber el triunfo del vengador; y quien lo había dañado debería sentir su descontento, debería sufrir dolor por ello y arrepentirse de lo que hizo.
Esta es la venganza inspirada por la cólera; pero lo que te hace más grande es el desprecio.
El asesinato a causa de un daño, procede de la cobardía; quien lo lleva a cabo teme que el enemigo pueda vivir y vengarse.
La muerte termina con el pleito, pero no restablece la buena reputación; matar es un acto de precaución, no de valentía; es una medida de seguridad, pero no es honorable.
Nada es más, fácil que vengar una ofensa, pero nada es tan honorable como perdonarla.
La mayor victoria que puede obtener el hombre es la victoria sobre sí mismo; quien se niega a sentirse las timado, devuelve el daño a quien lo intentó.
Cuando meditas en la venganza, confiesas que te has sentido dañado; cuando te quejas confiesas que estás herido. ¿Quieres agregar este triunfo al orgullo de tu enemigo?
El daño no existe si no se siente. ¿Cómo podrá entonces vengarse quien lo desdeña? Si crees que es deshonorable soportar una ofensa, tienes en tu poder algo más todavía: puedes conquistarla.
Los buenos actos pueden hacer que un hombre se avergüence de ser tu enemigo; la grandeza de mente lo aterrará con la idea de lastimarte.
Mientras mayor el daño, mayor la gloria de perdonarlo; y cuanto más justificable fuera la venganza, tanto más honor habrá en la clemencia.
¿Tienes derecho a ser juez en tu propia causa, a ser parte en el juicio y sin embargo a pronunciar también la sentencia? Antes de que condenes, deja que otro diga si es justo.
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