El orgullo y la bajeza parecen incompatibles, pero el hombre reconcilia los contrarios; es al mismo tiempo la más miserable y la más arrogante de todas las criaturas.
La presunción es la ruina de la razón; es la nodriza del error, y sin embargo congenia con nuestra, razón ¿Quién es quién no juzga demasiado alto de sí mismo o piensa demasiado bajo de los demás? 
Nuestro Creador no escapa a nuestra presunción, ¿cómo entonces estaremos seguros los unos de los otros? 
¿Cuál es el origen de la superstición, y de dónde procede la adoración falsa? De que presumimos de analizar lo que está fuera de nuestro alcance, de comprender lo que es incomprensible excepto para el yo interior. 
Limitada y débil como es nuestra comprensión mortal, ni siquiera empleamos su pequeña fuerza como debiéramos. No nos elevamos lo suficiente en nuestra aproximación a la grandeza de Dios; no hacemos volar lo suficiente nuestras ideas cuando entramos en adoración de la divinidad. 
El hombre que teme el más leve murmullo contra un soberano de la tierra, no tiembla al acusar la providencia de Dios; olvida su majestad y juzga a su vez los juicios de Dios.
Aquel que no se atreve a repetir el nombre de su soberano sin honrarlo, no se ruboriza en nombrar a su Creador como testigo de una mentira. 
Aquel que escucharía en silencio la sentencia del magistrado, se atreve a replicar al Eterno; trata de suavizarlo con súplicas, de lisonjearlo con promesas, de convenir con El bajo condiciones y hasta a enfurecerse y murmurar contra El si no le concede lo que pide. ¿Por qué, ¡oh hombre! no estás castigado por tu impiedad, si no es porque no ha llegado tu día de las retribuciones? 
No seas como aquellos que luchan con el trueno, ni te atrevas a negar a tu Creador en tus oraciones, porque él te castiga. Tu locura caerá sobre tu propia cabeza por esto, tu impiedad no perjudica a nadie sino a ti mismo. 
¿Por qué alardea el hombre de que es el favorito de su Hacedor, cuando le niega las gracias y la adoración por ello? ¿Cómo puede cuadrar semejante vida a una creencia tan elevada? 
El hombre, que en verdad no es más que una pequeña partícula en la inmensidad, cree que toda la tierra y los cielos fueron creados para él, piensa que toda la naturaleza se interesa en el bienestar de él mismo. 
Así como el tonto cree, cuando tiemblan las imágenes en el seno de las aguas, que los árboles, las ciudades y el amplio horizonte, están danzando para complacerlo, así el hombre cree, cuando la naturaleza sigue Su curso, que todos los movimientos de ella tienen el objeto de entretener las miradas de él. 
Cuando busca los rayos del sol para que lo calienten, él supone que fueron hechos para que él los aprovechara; cuando él divisa la luna en su sendero nocturno, cree que ella fue creada para complacerlo a él. 
¡Tonto de tu propia vanidad! ¡Sé humilde! Debes saber qué no eres la causa por la que el mundo sigue su curso; no se hicieron para ti las circunstancias del verano y del invierno. 
No habría ningún otro cambio si toda tu raza desapareciera; no eres más que uno entre muchos millones que gozan de esas bendiciones. 
No te exaltes hasta el cielo, porque los maestros están por encima de ti; no desdeñes a tus prójimos que habitan la tierra porque estén debajo de ti. ¿No son ellos obra de la misma mano? ¿Y no respiran la misma Alma? 
Tú que estás feliz por la bondad de tu Creador, ¿cómo te atreves en tu perversidad a torturar a sus criaturas? Cuídate de que esto no se devuelva sobre tú en compensación. 
¿Todos ellos no sirven al mismo Maestro Universal junto contigo? ¿No ha señalado El sus leyes a cada uno? ¿No tiene El él cuidado de conservarlas? ¿Y te atreves tú a violarlas? 
No pongas tu juicio por encima de toda la tierra, ni tampoco condenes como falso a todo lo que no concuerda con tu propia comprensión. ¿Quién te dio poder para determinar por los demás? ¿Quién quitó al mundo el derecho de escoger? 
¿Cuántas cosas fueron rechazadas que hoy se reciben como verdades? ¿Cuántas que hoy se aceptan como verdades serán desplazadas a su vez? ¿De qué, pues, podrá estar seguro el hombre? 
Haz el bien que comprendas y la felicidad estará contigo. Tu tarea aquí es más bien la de laborar que la de entregarte a especulaciones del pensamiento.
¿No tienen la verdad y la falsedad la misma apariencia en todo aquello que no comprendemos? ¿Qué puede distinguir entre ambas, si no es nuestra Alma? 
Creemos con facilidad lo que está por encima de nuestra comprensión, o por lo menos somos lo bastante orgullosos para pretenderlo, para que así parezca que lo comprendemos. ¿No es todo esto locura y arrogancia? 
¿Quién es el que afirma con más atrevimiento? ¿Quién mantiene su opinión de la manera más obstinada? Aquel que tiene más ignorancia, porque también tiene más orgullo. 
Todo hombre, cuando adopta una opinión, desea permanecer con ella; pero más lo hace aquel que tiene más presunción. Este no se contenta con traicionar su Alma, sino que quiere imponerse a los demás para que crean también en su opinión. 
No digas que la verdad queda fundada por los años, o que en una multitud de creyentes hay certidumbre. 
Cualquier proposición humana tiene, tanta autoridad como otra, si la razón no marca diferencias entre ellas.
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