Así como la mano de la primavera esparce flores sobre la tierra, así como la generosidad del verano produce con toda perfección la plenitud de las cosechas, así la sonrisa de la piedad derrama bendiciones sobre los hijos de la desgracia. El que tiene piedad de otro se recomienda a sí mismo; pero el que no tiene compasión, no la merece. El carnicero no se detiene ante el balido de la oveja; ni el corazón del cruel se conmueve con las congojas. Pero las lágrimas de quien tiene compasión y piedad son más dulces que las gotas del roció que caen de las rosas sobre el seno de la primavera. Por lo tanto, no cierres tu oído al llanto del pobre, ni endurezcas tu corazón ante las calamidades del inocente. Cuando el huérfano te llame, cuando el corazón de la viuda este lleno de amargura y te implore un socorro entre lagrimas dolientes, ten piedad de su aflicción y extiende tu mano a quienes no tienen quien los ayude. Cuando veas al desnudo en la calle, tiritando de frio sin casa ni abrigo, que la bondad abra tu corazón, que las alas de la caridad lo cobijen y amparen de la muerte, para que tu propia Alma pueda vivir. Cuando el pobre gime en su lecho de enfermo, cuando el desgraciado padece en los horrores de un calabozo, o cuando la cabeza blanca del anciano eleva una mirada débil hacia ti en busca de piedad, ¿Cómo puedes disfrutar de alegrías superfluas sin tomar en cuenta lo que aquellos necesitan, sin sentir lo que aquellos están sufriendo?
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