Oh tú, que estás enamorado de las bellezas de la Verdad, y has puesto tu corazón en la sencillez de sus encantos, atente a tu fidelidad para con aquella, y no la rechaces; la constancia de tu virtud te coronará con honor.
La lengua del sincero tiene raigambre en su corazón; la hipocresía y el engaño no halIan sitio en sus palabras.
El se ruboriza con la falsedad y queda confundido; pero al hablar la verdad, tiene los ojos fijos.
Como hombre, sostiene la dignidad de su carácter y desdeña someterse a las artes de la hipocresía.
Confía él en sí mismo; jamás está embarazado; tiene valor para decir la verdad, pero tiene temor de mentir.
Está muy por encima de las bajezas del disimulo; las palabras de su boca son los pensamientos de su corazón.
Sin embargo, abre los labios con prudencia y cuidado; estudia lo que es recto y habla con discreción.
Aconseja con amistad; reprueba con libertad, y lo que quiera que promete ciertamente lo cumple.
Pero el corazón del hipócrita está oculto en su pecho; disfraza sus palabras con la apariencia de la verdad, mientras la ocupación de su vida es la de engañar.
El ríe en el dolor; llora en la alegría, y las palabras de su boca no tienen, interpretación.
Trabaja en lo oscuro como un topo y se cree seguro; pero sus desatinos lo sacan a la luz y queda traicionado y expuesto, con el polvo en su cabeza.
Pasa sus días en continua atención; su lengua y su corazón están en contradicción perpetua.
El busca la apariencia del carácter del hombre recto, y se enreda en las ideas de su astucia.
¡Oh necio, necio! los trabajos que te tomas para esconder lo que eres son mucho más de lo necesario para llegar a ser lo que aparentas; y los hijos de la sabiduría se burlarán de tu astucia cuando, en medio de tu seguridad se te caiga el disfraz y el dedo del escarnio te señale con desprecio.
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